Dios, las tormentas y yo

12.11.2013 11:27

¿Qué tiene que ver Dios con las tormentas? Por de pronto, como Creador de cielos y tierras tiene bastante trade mark pero no me refiero a eso… Seguro que te acordarás de alguna de las últimas tormentas fuertes que cayeron en el país. Surgen de repente, muchas veces sin avisarse o retrasadas y llenan de oscuridad el día. Primero son pocas nubes; luego esas nubes se juntan, se ennegrecen; y de pronto cae el primer relámpago que precede al ruido del trueno. Se levanta el viento; la lluvia inunda las calles y golpea con persistencia las ventanas; los animales se esconden. Por el cielo se siente el poder creador de Dios. Poco tiempo después el viento vuelve a quedarse dormido. Los truenos suenan cada vez más lejanos, la lluvia se calma y quizás esa misma tarde vuelve el sol.

Estamos en este mundo para hacer cosas grandes incluso cuando a veces parece que las dificultades nos superan. Somos libres para amar, para darnos, para influir como cristianos. Dios tiene un plan para cada uno de nosotros. En este Año de la fe podemos marcar la diferencia a nivel profesional, familiar y personal. Dios quiere contar con vos para esta nueva evangelización mediante una conversión personal: el sol de la gracia es Cristo que debe iluminar nuestra vida.

    Jesús “empezó su Iglesia con el anuncio (…) de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 763).

 

Para comenzar ese Reino reunió alrededor de Él a un grupo de escogidos que formaron una comunidad con una estructura. Escogió a los doce Apóstoles, con Pedro como su Cabeza, y –junto con otros discípulos– les dio la potestad de perdonar los pecados, de predicar y de bautizar a todas las gentes. De este modo, la Iglesia es la comunidad de los redimidos, la asamblea de los bautizados, el pueblo de Dios.

   ¿Te animás a formar parte, en serio?

Acompañando al Santo Padre, en la Iglesia podemos recorrer un año especial: una invitación a renovar nuestra fe, a dar testimonio de Dios, a ser cristianos 2.0 en la oscuridad del mundo. Hoy Cristo necesita de cada uno de nosotros en el lugar donde trabajamos, en nuestras familias, en tus ratos de adoración eucarística. Cristo cuenta con nosotros para la nueva evangelización.

«El Año de la fe es una invitación a una autentica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo»[1].

 

En primero lugar, hemos de sentir la responsabilidad y el orgullo de ser miembros vivos de la Iglesia. La fe, en efecto, es un don que hay que volver a descubrir, cultivar y testimoniar. Redescubriendo su belleza podremos enseñar la puerta de la fe a muchas almas. Luego, debemos ser miembros sanos que enviemos a los demás sangre limpia, porque queremos ser buenos cristianos, personas que luchamos por vivir de modo coherente nuestra fe y los mandamientos. ¿Cómo cuido yo los sacramentos? ¿Sé disponerme regularmente al sacramento de la Confesión? ¿Hablo con mis amigos sobre la importancia del sacramento del perdón?

Podemos ayudar a los demás con nuestro trabajo ofrecido a Dios, con nuestra oración y con nuestros sacrificios.

 

¿Nos sentimos responsables de los demás? ¿Rezamos unos por otros?: lo necesitamos todos... La familia que reza unida permanece unida. Una buena ocasión de renovar nuestro amor al Señor es compartir momentos de oración en familia: cinco, diez, quince minutos al menos.

Cambiando primero nosotros (fruto de rezar) podremos ayudar a otros a seguir el camino de la conversión en este Año de la fe.

Meditar y leer el Catecismo de la Iglesia como algo muy concreto para cada familia y cada fiel cristiano.

A la vez, no podemos ayudar a los demás si nosotros no conocemos nuestra fe. El Santo Padre nos aconsejó:

El Credo hay que vivirlo y puede ayudarnos rezarlo con mas frecuencia.

Quizás puede ser una gran oportunidad para tenerlo a mano en casa y leerlo despacio. Además, ¿rezamos el Credo frecuentemente o lo dejamos sólo para las Misas de domingo?

También el Señor quiere volver a elegirnos para formar parte –con orgullo santo- de la Iglesia. Animémonos a saborear la fe, a iluminar como antorchas ante el relativismo reinante. Seamos portadores de agua fresca a la gente que tiene necesidad de Dios en el desierto del mundo. Animémonos a generar esas “tormentas que limpien el cielo”. Si dejamos que las tormentas se formen solas corremos el riesgo de inundar nuestros hogares de “aguas sucias”. Animémonos a cambiar la sociedad desde nuestro lugar de trabajo, desde nuestras familias, con la ayuda del Señor y de la Santísima Virgen: madurando nuestra fe y ayudando a la gente a descubrirla. Dios confía en vos, ¿vos confías en Dios?

Hemos hablado ya de tormentas, inundaciones pero todavía nunca sobre quienes reciben las lluvias y los vientos, quienes soportan las tormentas en el campo o en los autos casi al borde de llegar a flotar y tener que abandonarlo en plena avenida. Me resulta muy significativa la imagen para encarar la nueva evangelización que nos pide el Papa confiando en el Espíritu Santo. Con ocasión de la última Jornada Mundial de la Juventud en la inolvidable vigilia de oración con los jóvenes en Cuatro Vientos. Los que lo presenciamos vimos cómo el tremendo temporal se fue formando, luego empapó literalmente a todos los presentes, voló varias carpas e inutilizó los parlantes de muchas zonas. Sin embargo, creo que es más inolvidable aún el rostro de Benedicto XVI en esos momentos: el Papa sonreía… Por supuesto, es una buena muestra de su buen humor y alegría contagiosa de esos días con los jóvenes. Pero hay que tener en cuenta que la organización del evento había trabajado durante meses trayendo jóvenes de los cinco continentes para que dieran un testimonio personal que pudiera servir a todos los presentes. Los mismos jóvenes preguntaron al Papa –mientras la lluvia lo permitió- unas muy cuidadas preguntas, con las que se buscaba tocar las principales preocupaciones de los jóvenes; el mismo Pontífice había preparado cuidadosamente las respuestas, de modo tan penetrante como significativo. Y precisamente cuando todo estaba listo y más de un millón de jóvenes estaban dispuestos a escucharle… estalla la tormenta y hay que anularlo todo. ¡Fracaso! ¿Fracaso? En absoluto, el testimonio de alegría del Santo Padre fue un testimonio de fe para los presentes y para quienes lo vieron por los medios de comunicación. Por eso, una vez que hemos puesto la cara debemos dejar en manos de Dios el mejor modo de acercarse a los hombres. Ciertamente el silencio de adoración que siguió a la lluvia en Cuatro Vientos fue mucho más elocuente que todo lo que estaba preparado. Y al mismo tiempo, cabe preguntarse: ¿se hubiera dado ese silencio sin aquella preparación? Seguramente no…

Para la nueva evangelización es necesario aunar el esfuerzo por exponer la fe renovadamente, aceptar y amar el plan que Dios tiene para cada uno y, por último, confiar en que es Dios quien está empeñado en llevarlo a cabo. Santos para santos. Santos primero nosotros y ayudar a los demás a buscar la santidad en el medio del mundo.

Vamos a pedir a la Virgen –Madre de la Iglesia- que sepamos ser buenos hijos de Dios, y que siempre y en todo queramos servirla con nuestra oración, nuestro trabajo y desde nuestros deberes familiares. No importa las tormentas que tengamos que vivir si las encaramos con empeño y con dedicación confiando en la ayuda de Dios y de la Virgen. A Ella le confiamos los frutos del Año de la fe acompañando al Santo Padre Benedicto XVI

 

 

P. Juan Carranza, en revista "Siempre presentes 2013"


[1][1] Benedicto XVI, Carta Apostólica en forma motu proprio Porta fidei, n. 6.

 

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